16 de julio de 2009

Gráfico III


Un buen ejemplo de nota color utilizando explícitamente el yo periodístico:

Tom Wolfe le pidió al cronista que fuese subjetivo; y el cronista cumplió
“Ya no quieren nuevo periodismo”
Ícono cultural del siglo XX, ídolo de periodistas en todo el mundo, el escritor dio una charla íntima ayer por la tarde en el Faena Hotel. Antes de su presentación en la Feria del Libro, no defraudó: apareció vestido de blanco.

Roka Valbuena
Fuente:Crítica de la Argentina
03.05.2008
Dandy. Con predisposición de estrella, se dejó fotografiar de buen humor. Le gusta la Argentina y había estado aquí de incógnito.

Un grupo de periodistas gráficos lo esperaba, pero Tom Wolfe le estaba dando una de sus largas respuestas a la televisión. Al comienzo los periodistas gráficos, concentrados en la salita que destinó el hotel Faena para la entrevista, estaban animados y existía un clima expectante. Todavía nadie lo había visto. Parece que uno de esos reporteros, cuando fue al baño, se asomó a una pieza en donde lo entrevistaban y le vio la pierna contra la luz. ¡Es beige!, le dijo a alguien. No puede ser, suspiraron unos. Y otros, contrariados, se llevaron las manos a la cabeza. Quizá su pierna no sea blanca, quizá todo es un invento.

Observando a esos reporteros podemos especular que ellos, en algún momento de sus vidas, tal vez en la universidad o tal vez en otro momento de importancia vocacional, leyeron a Tom Wolfe, adscribieron al Nuevo Periodismo, dijeron que lucharían incansablemente por imponer puntos de vistas peculiares, porque eso es un credo, y no hablarían de reportajes, hablarían de historias y al momento de ingresar a un medio, saldrían todos a la calle, con una libreta, y reporteando una nota por meses, mezclando en ella el periodismo y la literatura, todo de madrugada, despeinados. Pocos periodistas pueden negar que en algún momento –tal vez ahora no– admiraron al padre del Nuevo Periodismo. Por eso, los que estaban allí, quizá sin saberlo, eran los hijos del Nuevo Periodismo. Pero ahora los hijos, molestos por la demora de Tom, el papá, empezaron a decir que se querían ir. Una de las hijas dijo que el viejo periodismo es mucho más puntual.

A las cinco de la tarde, Tom Wolfe abrió la puerta y un coro de ángeles cantó (únicamente escuchado por este servidor). Tom Wolfe no era un invento: su pierna era blanca, no beige. El padre del Nuevo Periodismo era tan real que el blanco lo tenía en el pelo, en el traje, en el reloj, en las uñas, en las paredes, en la silla que gentilmente le habilitó el hotel para que respondiera preguntas e incluso la blancura se había traspasado al traje de otra reportera presente llamada Paula y a un paraguas que abrió un fotógrafo. Se sienta Tom y una mujer gritó, como en un circo con sólo ocho espectadores: “¡Les presento ni más ni menos que a... a... Toooom Wooolfe!”. Y Tom dijo: “Wow”. Y luego: “Tanta gente... ¿No habrán sido contratados como extras?”. Ja ja ja, rió este servidor, honesto. Pero los otros reporteros habían perdido el humor con la tardanza.

Se sentó en su silla blanca y dijo: “No tengo anuncios que hacer. Sólo esto: la vida es una hoja en blanco”. Y sonrió haciendo contacto visual con este servidor que se reía otra vez a carcajadas, y otra vez se reía en solitario.

Divaga

Los periodistas gráficos, que sumaban cinco, tendrían a lo largo de la conferencia una pregunta para cada uno. Tom Wolfe respondería en cincuenta minutos un total de cinco preguntas. Laura, la periodista, le preguntó a Tom, su padre, sobre la política de Estados Unidos. Y Tom, con el tono paternal que era lógico, decidió divagar. Primero dijo: “No entiendo de política”. Y los periodistas pensaron que pasábamos inmediatamente a la pregunta de María. Pero Tom Wolfe alzó un brazo, detuvo a todos, y habló.

–Yo pienso que el gobierno, cualquier gobierno, es como un tren. Al lado izquierdo del tren hay gente. Al lado derecho del tren hay gente. Y todos, desde ambos lados, le gritan cosas al tren. Pero el tren no tiene opciones. Sólo puede seguir hacia delante. Ni a la izquierda, ni a la derecha. Sólo hacia sigue su camino hacia adelante.

Tom Wolfe nunca, a lo largo de toda su vida, que son 78 años, ha escrito un artículo sobre la política de Estados Unidos. Una vez, dijo, escribió un reportaje sobre Cuba. Pero sobre algún asunto de la política de su país, nunca. Cuando estuvo en Cuba, vivió un clima periodístico ardiente, con gente muriendo. Con su país no ocurre eso.

–El periodismo norteamericano debe tener mucha creatividad para volver atractivo el tema de la política en ese país. Es muy aburrida. Yo, por ejemplo, nunca me voy a dormir en la noche preocupado de la política de los Estados Unidos. Es así. Ahora, hay una verdad subyacente con ese país. Es el respeto universal que tenemos los unos por los otros.

En ese instante Tom, nuestro padre, nuestro extraño padre que ha votado por George W. Bush y a quien George W. Bush admira y dice leer, contó la historia de Estados Unidos. Dijo algo de Thomas Jefferson. Algo del apartheid. Y luego contó que en Estados Unidos a veces un millonario puede parecer pobre. Eso a Tom Wolfe le gusta mucho y por eso este hombre, que se viste siempre con traje blanco y camisa negra, puede contar con alegría que una vez lo confundieron con un mozo. Tom estaba entrando al mejor lugar para desayunar de Estados Unidos y se le acercaron unas personas y le dijeron: “Señor, estamos algo apurados, una mesa para cuatro, por favor”. Tom tomó con mucha seriedad ese pedido y corrió por el restaurante buscando al maitre. Lo vio y le dijo: “Hay unas personas que realmente parecen apuradas”. Esa vez, los clientes le dieron veinte dólares a Tom Wolfe. “Y yo me los metí al bolsillo, porque había trabajado para ganarlos”, dijo papá.

Como ven, Tom es muy agradable. Daban ganas de pedir un Jack Daniels, llamar a Flavia, la encargada de prensa, y armar un bailoteo. A sus 78 años mostraba lucidez, fuerza física, manejo grupal y una impactante cantidad de tiempo para responder una pregunta tan simple como ésta:

–Señor Wolfe, usted ha aparecido dos veces como personaje en la serie Los Simpson, ¿siente que la gente lo ve como un personaje?

La pregunta, moderna y muy bien modulada, la formuló este servidor que esperaba una respuesta sencilla y simpática. Tom Wolfe demoró diez minutos (diez minutos que, en todo caso, valoramos) en concluir esto:

–Me gustan mucho Los Simpson.

O esto: “Los escritores de hoy, los que están en las universidades, aspiran a ser escritores para la televisión. Y en primer lugar ponen Los Simpson. No entiendo. Así no serán famosos. Nadie los reconocerá. Díganme un solo escritor famoso que trabaje escribiendo para la televisión. No hay”. A Tom le importa la fama. Tom Wolfe no sólo se sintió famoso al aparecer dibujado y manchado con chocolate en uno de los capítulos de la serie Los Simpson. La primera vez que se sintió famoso fue cuando se vio dibujado en un cómic llamado Doctor Strange. Ahora, parece, sale dibujado por todos lados, porque toma con mucho relajo el ser uno de los íconos pop del mundo.

Era el momento de otra reportera. La reportera preguntó algo sobre un aspecto estilístico de su escritura. Papá la miró con ternura y le dijo, en diez minutos, como era su promedio, que bueno, la primera persona es peligrosa, pero, bueno, le dice, a veces constituye un aporte y otras veces constituye un defecto.

–Al usar el yo –dice Tom Wolfe– se pasa a tener un personaje. Y puede ocurrir que si no interviene con relevancia en las acciones del relato, el personaje perderá interés.

Luego: “¿Ha leído a Rodolfo Walsh?”, “No. ¿Debería?”, dijo Tom. “Debería”, le dijeron. “Opine de la no ficción”, le dijeron. Papá se concentró mucho porque todos sus hijos presentes saben que es un tema fundamental en su paternidad. Papá comenzó con una elipsis. Esto ya no sorprendió a nadie en la familia. Papá terminó hablando de la novela.

–En mi opinión, a la novela se la llamaba novela porque, como lo dice la palabra, traía novedad. Ahora no es así. Eso ya no interesa a los jóvenes escritores talentosos. La novela va a terminar como la poesía épica, viviendo en la cima de un pico de nieve, un pico que será mucho más fácil de alabar que de visitar.

Una voz, femenina: “¿Y por qué bajó el interés de los jóvenes para escribir novelas?”.

Tom Wolfe, cruza dedos, se le nota un pulso imperfecto (78 años, nos permitimos recordar): “Los jóvenes escritores ahora son graduados de Bellas Artes, de Escritura Creativa, y ellos esquivan esas aguas estancadas llenas de mosquitos a las que se enfrentan. Estos mosquitos vienen de Francia. Y son esas cosas como deconstructivismo, surrealismo, realismo mágico incluso, etc. Todas esas cosas en que el público ya no está interesado como alguna vez”.

Pero Tom Wolfe sabe que la juventud es lapidaria. Incluso él mismo, cuando era un Tom Wolfe joven, era más soberbio y pensaba que para ser un gran periodismo necesitaba un 95% de talento y un 5% de contenido. Hoy, con la humildad que le dan sus casi ochenta años, sabe que es 75% de contenido y un 25 % de talento. Esto, a juicio de Tom Wolfe, no lo perciben los jóvenes escritores. Los jóvenes escritores, dice Tom, piensan que no necesitan contenido. Piensan que las historias están dentro de sus cabezas y no en la calle. Y para Tom Wolfe el poder inventivo de la realidad es muchísimo más fuerte que el poder inventivo del hombre. Y cita el ejemplo:

–¿Acá es conocida Paris Hilton?

Este servidor sacó su ronca voz: “¡Lo es!”.

–Y bueno –dijo–. ¿A qué escritor se le pudo ocurrir la historia de Paris Hilton? La historia de una mujer que, tras grabar una película pornográfica, es invitada a participar en un reality por diez millones de dólares. La historia es real. Si la interviene el hombre hubiesen aparecido cosas como la extorsión, etc.

Al rato una hija le pidió la opinión a papá sobre la electricidad y la prensa o la electricidad y el progreso. Y Tom dijo, entre otras cosas, que la electricidad es fundamental para el hombre. Citó, muy inspirado, una serie de artefactos eléctricos que intervienen en la transmisión del mensaje periodístico y luego, llegó a los tiempos actuales, y dijo: “Internet no es muy atractiva. Es muy desagradable leer tres páginas de un libro de esa manera”.

En verdad no recordamos qué más iba diciendo en este tópico. En ese momento, este servidor, algo atónito, concentró la vista en un molar del padre del Nuevo Periodismo. Tom Wolfe se metió un dedo porque una comida le invadió la boca. Los hijos, casi todos, miraron el suelo. Pocos vieron a TomWolfe haciendo algo tan cotidiano como quitarse una comida de la muela.

¿Y del Nuevo Periodismo?

Una señora de la Embajada de Estados Unidos, entidad que auspició la venida del periodista y escritor a Buenos Aires, dio por finalizada la serie de cinco preguntas. La gente se puso de pie. Algunos periodistas, todavía malhumorados por la demora o por las escasas preguntas, salieron más rápidos que otros.

Tan sólo este servidor, con los colores de Crítica de la Argentina en el pecho, se abrió paso con algo de desesperación, le tocó la chaqueta blanca a Tom Wolfe, su padre, su verdadero padre periodístico, y Tom Wolfe se volteó, un poco espantado porque la situación no era elegante, y este servidor lo miró a los ojos y cuando lo lógico era que el hijo periodístico de Tom dijera, papá, te amo, viejo, o etcétera, solamente abrió la boca para preguntar con descaro:

–¿Y usted cree, Tom, que el Nuevo Periodismo está viejo?

Y Tom Wolfe dijo que parece que sí. Dijo que los editores son los que ya no quieren Nuevo Periodismo. “¿Y si usted fuera editor... qué haría?”. “Quizá lo mismo que ellos. Son otros tiempos”. Y entonces miramos a Tom y aunque él es jovial y lúcido, por primera vez, así como el estilo que ha inventado, notamos que también ha envejecido. Pero no tanto. Cuando le dimos la mano y al despedirnos, a Tom Wolfe le vino un ataque postrero de Nuevo Periodismo y así le susurró a este servidor: “Sea subjetivo”.

Y así fue.

Dos encuentros con el público argentino y algo de tango

Tom Wolfe, que nació el año 1931 en Richmond, Estados Unidos, es, además del padre del Nuevo Periodismo, el padre de dos hijos.

Y es también el autor de nueve libros que incluyen una vasta labor en periodismo y literatura. Entre sus libros más conocidos figuran: La Banda de la Casa de la Bomba y otras crónicas de la Era Pop (1968), Ponche de ácido lisérgico (1968), La izquierda exquisita (1970), El Nuevo Periodismo (1977), Lo que hay que tener (1979), La hoguera de las vanidades (1987) y Todo un hombre (1998).

Sus mayores logros, como él mismo dice, son más en periodismo que en literatura.

El motivo de su visita a Argentina es dictar dos charlas. Una en la Feria del Libro, charla que se realizará el día de hoy a las 18 horas en la Sala Jorge Luis Borges y que se titula “La crónica en los Estados Unidos”.

La otra, cuyo tema será simplemente “El Nuevo Periodismo”, la realizará en el Museo MALBA, a las 16 horas del día domingo (entrada liberada hasta copar recinto).

La visita de Tom Wolfe a este país no es la primera que realiza. Hace dos años vino silenciosamente como turista por un motivo muy concreto: Tom Wolfe es fanático de Astor Piazzolla. Se podría decir, entonces, que en aquella oportunidad el padre del Nuevo Periodismo viajó hasta Buenos Aires para sentarse a escuchar unos tangos. Ya el día de ayer, tras cumplir con sus actividades con la prensa, Tom Wolfe dejó su habitación en el Hotel Faena, fue a comer y luego, según era su plan, fue a sentarse a escuchar tangos tal cual lo hiciera hace dos años.

Como un prudente marido, vino compañado de su esposa, una connotada diseñadora gráfica (que, entre otras cosas, ha diseñado portadas de la revista Vogue). El matrimonio Wolfe extenderá su visita hasta el día lunes.